martes, 27 de julio de 2010

La siesta del martes, por Gabriel García Márquez.


 


El tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de banano, simétricas e interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvio a sentir la brissa del mar. Una humareda sofocante entró por la ventanilla del vagón. En el estrecho camino paralelo a la vía férrea había carretas de bueyes cargadas de racimos verdes. Al otro lado del camino, en intempestivos espacios sin sembrar, habia oficinas con ventiladores eléctricos, campamentos de ladrillos rojos y residencias con sillas y mesitas blancas en las terrazas entre palmeras y rosales polvorientos. Eran las once de la mañana y todavia no había empezado el calor.

— Es mejor que subas el vidrio —dijo la mujer—. El pelo se te va a llenar de carbón.
La niña trató de hacerlo pero la ventana estaba bloqueada por el óxido.
Eran los únicos pasajeros en el escueto vagon de tercera clase. Como el humo de la locomotora siguió entrando por la ventanilla, la niña abandonó el puesto y puso en su lugar los únicos objetos que llevaban: una bolsa de material plástico con cosas de comer y un ramo de flores envuelto en papel de periódicos. Se sentó en el asiento opuesto, alejada de la ventanilla, de frente a su madre. Ambas guardaban un luto riuroso y pobre.
La niña tenia doce años y era la primera vez que viajaba. La mujer parecía demasiado vieja para ser su madre, a causa de las venas azules en los páropados y del cuerpo pequeño, blando y sin formas, en un traje cortado como una sotana. Viajaba con lla colimna vertebral firmemente apoyada ontra el espaldar del asiento, sosteniendo en el regazo con ambas manos una cartera de charol desconchado. Tenia la serenidad escruplosa de la gente acostumbrada a la pobreza.
A las doce había empezado el calor. El tren se detuvo diez minutos en una estación sin pueblo para abastecerse de agua. Afuera, en el misteriosos silencio de las plantaciones, la sombra tenía un aspecto limpio. Pero el aire estancado dentro del vagón olía a cuero sin curtir. El tren no volvió a acelerar. Se detuvo en dos pueblos iguales, con casas de madera pintadas de colores vivos. La mujer inclinó la cabeza y se hundió en el sopor. La niña se quitó los zapatos. Despues fue a los servicios sanitarios a poner en agua el ramo de flores muertas.
Cuando volvió al asiento la madre le esperaba para comer. Le dió un pedazo de queso, medio bollo de maíz y una galleta dulce, y sacó para ella de la bolsa de material plástico una racion igual. Mientras comían, el tren atravesó muy despacio un puente de hierro y pasó de largo por un pueblo igual a los anteriores, sólo que en éste había una multitud en la plaza. Una banda de músicos tocaba una pieza alegre bajo el sol aplastante. Al otro lado del pueblo en una llanura coarteada por la aridez, terminaban las plantaciones.
La mujer dejó de comer.
—Ponte los zapatos—dijo.
La niña miró hacia el exterior. No vió nada más que la llanura desierta por donde el tren empezaba a correr de nuevo, pero metió en la bolsa el último pedazo de galleta y se puso rápidamente los zapatos. La mujer le dió la peineta.
—Péinate —dijo.
El tren empezó a pitar mientras la niña se peinaba. La mujer se secó el sudor del cuello y se limpió la grasa de la cara con los dedos. Cuando la niña acabaó de peinarse el tren pasó frente a las primeras casas de un pueblo más grande pero más triste que los anteriores.
—Si tienes ganas de hacer algo, hazlo ahora —dijo la mujer—. Después, aunque te estés muriendo de sed no tomes agua en ninguna parte. Sobre todo, no vayas a llorar.
La niña aprobó con la cabeza. Por la ventanilla entraba un viento ardiente y seco, mezclado con el pito de la locomotora y el estrépito de los viejos vagones. La mujer enrolló la bolsa con el resto de los alimentos y la metió en la cartera. Por un instante, la imagen total del pueblo, en el luminosos martes de agosto, resplandeción en la ventanilla. La niña envolvió las flores en los periódicos empapados, se apartó un poco más de la ventanilla y miró fijamente a su madre. Ella le devolvió una expresión apacible. El tren acabó de pitar y disminuyó la marcha. Un momento después se detuvo.
No había nadie en la estación. Del otro lado de la calle, en la acera sombreada por los almendros, sólo estaba abierto el salón de billar. El pueblo flotaba en calor. La mujer e y la niña descendieron del tren, atravesaron la estación abandonada cuyas baldosas empezaban a cuartearse por la presión de la hierba, y cruzaron la calle hasta la acera de sombra.
Eran casi las dos. A esa hora, agobiado por el sopor, el pueblo hacía la siesta. Los almacenes, las oficinas públicas, la escuela municipal, se cerraban desde las once y no volvían a abrirse hasta un poco antes de las cuatro, cuando pasaba el tren de regreso. Sólo permanecían abiertos el hotel frente a la estación, su cantina y su salón de billar, y la oficina del telégrafo al lado de la plaza. Las casas, en su mayoría construídas sobre el modelo de la compañía bananera, tenían las puertas cerradas por dentro y las persianas bajas. En algunas hacía tanto calor que sus habitantes almorzaban en el patio. Otros recostaban un asiento a la sombra de los almendros y hacían la siesta sentados en plena calle.
Buscando siempre la protección de los almendros, la mujer y la niña penetraron en el pueblo sin perturbar la siesta. Fueron directamente a la casa cural. La mujer raspó con la uña la red metálica de la puerta, esperó un instante y volvió a llamar.
—Necesito al padre —dijo.
—Ahora está durmiendo.
—Es urgente —insistió la mujer.
—Sigan —dijo, y acabó de abrir la puerta.
La mujer de la casa las condujo hasta un escaño de madera y les hizo señas de que se sentaran. La puerta del fondo se abrió y esta vez apareció el sacerdote limpiando los lentes con un pañuelo.
—Que se les ofrece? —preguntó.
—Las llaves del cementerio —dijo la mujer.
—Con este calor —dijo—. Han podido esperar a que bajara el sol. La mujer movió la cabeza en silencio. El sacerdote pasó del otro lado de la baranda, extrajo del armario un cuaderno forrado de hule, un plumero de palo y un tintero, y se sentó a la mesa. El pelo que le faltaba en la cabeza le sobraba en las manos.
—¿Que tumba van a visitar? —preguntó.
—La de Carlos Centeno —dijo la mujer.
—¿Quién?
—Carlos Centeno —repitió la mujer.
El padre siguió sin entender.
—Es el ladrón que mataron aquí la semana pasada —dijo la mujer en el mismo tono—. Yo soy su madre.
—De manera que se llamaba Carlos Centeno —murmuró el padre cuando acabó de escribir.
—Centeno Ayala —dijo la mujer—. Era el único barón.
—Firme aquí.
La mujer garabateó su nombre, sosteniendo la cartera bajo la axila. La niña recogió las flores, se dirigió a la baranda arrastrando los zapatos y observó atentamente a su madre.
El parroco suspiró.
—¿Nunca trató de hacerlo entrar por el buen camino?
La mujer contestó cuando acabó de firmar.
—Era un hombre muy bueno.
El sacerdote miró alternativamente a la mujer y a la niña y comprobó con una especie de piadoso estupor que no estaban a punto de llorar.
La mujer continuó inalterable:
—Yo le decía que nunca robara nada que le hiciera falta a alguien para comer, y él me hacía caso. En cambio, antes, cuando boxeaba, pasaba tres días en la cama postrado por los golpes.
—Se tuvo que sacar todos los dientes —intervino la niña.
—Así es—confirmó la mujer—. Cada bocado que comía en ese tiempo me sabía a los porrazos que le daban a mi hijo los sabados a la noche.
—La voluntad de Dios es inescrutable —dijo el padre.
Desde antes de abrir la puerta de la calle el padre se dio cuenta de que había alguien mirando hacia adentro, las narices aplastadas contra la red metálica. Era un grupo de niños. Cuando la puerta se abrió por completo los niños se dispersaron. Suavemente volvió a cerrar la puerta.
—Esperen un minuto —dijo, sin mirar a la mujer.
Su hermana apareció en la puerta del fondo, con una chaqueta negra sobre la camisa de dormir y el cabello suelto en los hombros. Miró al padre en silencio.
—¿Qué fue? —preguntó el.
—La gente se ha dado cuenta —murmuró su hermana.
—Es mejor que salgan por la puerta del patio —dijo el padre.
—Es lo mismo —dijo su hermana—. Todo el mundo está en las ventanas.
La mujer parecía no haber comprendido hasta entonces. Trató de ver la calle a través de la red metálica. Luego le quitó el ramo de flores a la niña y empezó a moverse hacia la puerta. La niña siguió.
—Esperen a que baje el sol —dijo el padre.
—Se van a derretir —dijo su hermana, inmóvil en el fondo de la sala—. Espérense y les presto una sombrilla.
—Gracias —replicó la mujer—. Así vamos bien.
Tomó a la niña de la mano y salió a la calle.


Sobre el autor:



Gabriel José de la Concordia García Márquez nació en la Región Caribe, en el municipio de Aracataca, Magdalena el 6 de marzode 1927. Es un novelista colombiano, escritor de cuentos, guionista y periodista. Es conocido familiarmente como Gabo o Gabito(hipocorístico guajiro para Gabriel), desde que su compañero del diario bogotano El Espectador, José Salgar, comenzara a llamarle así.
Gabriel García Márquez ha sido inextricablemente relacionado con el género literario del realismo mágico. Su obra más conocida, la novela Cien años de soledad, es considerada una de las más representativa de este genero.
se casó en 1958 con Mercedes Barcha, la hija de un boticario, "a la que le había propuesto matrimonio desde sus trece años". En 1961 tuvieron a su primer hijo, Rodrigo.

Su primer cuento, La tercera resignación, fue publicado en 1947 en un periódico liberal de Bogotá llamado El Espectador. Un año después, empezó su trabajo de periodismo para el mismo periódico. Sus primeros trabajos eran todos cuentos publicados en el mismo periódico desde 1947 hasta 1952. Durante estos años publicó un total de quince cuentos.
Gabriel García Márquez quería ser periodista y escribir novelas; también quería crear una sociedad más justa. Pra La Hojarasca, su primera novela; le llevó varios años encontrar un editor y finalmente se publicó en 1955, y aunque la critica fue excelente la mayor parte de la edición se quedó en bodega y el autor no recibió de nadie "ni un céntimo por regalías".García Márquez señala que "de todo lo que había escrito, La Hojarasca fue su favorita porque consideraron que era la más sincera y espontánea."

Obras:


Cuentos y relatos
  • 1947 - La tercera resignación
  • 1948 - La otra costilla de la muerte
  • 1948 - Eva está dentro de su gato
  • 1949 - Amargura para tres sonánbulos
  • 1949 - Diálogo del espejo
  • 1950 - Ojos de perro azul
  • 1950 - La mujer que llegaba a las seis
  • 1951 - Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles
  • 1952 - Alguien desordena estas rosas
  • 1953 - La noche de los alcaravanes
  • 1955 - Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo
  • 1962 - La siesta del martes
  • 1962 - Un día de éstos
  • 1962 - En este pueblo no hay ladrones
  • 1962 - La prodigiosa tarde de Baltazar
  • 1962 - La viuda de Montiel
  • 1962 - Un día después del sábado
  • 1962 - Rosas artificiales
  • 1962 - Los funerales de la Mamá Grande
  • 1968 - Un señor muy viejo con unas alas enormes
  • 1961 - El mar del tiempo perdido
  • 1968 - El ahogado más hermoso del mundo
  • 1968 - El último viaje del buque fantasma
  • 1968 - Blacamán el bueno vendedor de milagros
  • 1970 - Muerte constante más allá del amor
  • 1972 - La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada
  • 1992 - Doce cuentos peregrinos

Novelas, libros de recopilaciones y reportajes
  • 1955 - La Hojarasca
  • 1961 - El coronel no tiene quien le escriba
  • 1962 - La mala hora
  • 1962 - Los funerales de Mamá Grande
  • 1967 - Cien años de soledad
  • 1968 - Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo
  • 1970 - Relato de un náufrago (edición en formato libro), compila el reportaje publicado en 1955
  • 1973 - Ojos de perro azul (libro recopilatorio de cuentos; aparece por primera vez ese año, pero no será hasta la edición de 1974 de Plaza & Janés cuando se publicará la versión definitiva con todos los cuentos que lo componen)
  • 1973 - Cuando era feliz e indocumentado
  • 1974 - Chile, el golpe y los gringos
  • 1975 - El otoño del patriarca
  • 1947-1972, 1976 - Todos los cuentos
  • 1978 - De viaje por los países socialistas
  • 1948-1952 - Obra periodística 1: Textos costeños
  • 1954-1955 - Obra periodística 2: Entre cachacos
  • 1955-1960 - Obra periodística 3: De Europa y América
  • 1974-1995 - Obra periodística 4: Por la libre
  • 1980-1984 - Obra periodística 5: Notas de prensa"
  • 1981 - Crónica de una muerte anunciada
  • 1982 - Viva Sandino
  • 1982 - El secuestro
  • 1982 - El olor de la guayaba
  • 1983 - El asalto: el operativo con el que el FSLN se lanzó al mundo
  • 1983 - Eréndira, guión basado en el relato La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada
  • 1985 - El amor en los tiempos del cólera
  • 1986 - La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile
  • 1989 - El general en su laberinto
  • 1992 - Doce cuentos peregrinos
  • 1994 - Del amor y otros demonios
  • 1996 - Noticia de un secuestro
  • 2002 - Vivir para contarla
  • 2004 - Memoria de mis putas tristes
Textos teatrales
  • 1994 - Diatriba de amor contra un hombre sentado


Fuentes:

Ciudad Seva: Cuento.
Wikipedia: Biografía.

Descarga el cuento: La siesta del martes.

3 leyeron conmigo:

OPin dijo...

Gabo ha sido mi debilidad desde que viví en Colombia. Describe con maestría aquello que uno puede ver en cada esquina, porque Colombia es así de colorida, llena de historias, sorpresas y magia.
En De Letras y Colores puse dos post , uno con su primer libro editado y otro con una selección de casi toda su obra (que no generé yo y está disponible en la red).
Sigo a la espera del tomo dos de sus memorias.

MEMORABILIA GGM dijo...

GGM dice que su primer recuerdo que esta plasmado en literatura es la imagen de una señora vestida de negro con una niña de la mano, por el Camellon de los Almendros en Aracataca, camino de la casa de una de sus tias, que era guardiana de la llave del cementerio.
Te invito a:
www.memorabiliaggm.blogspot.com

Maga DeLin dijo...

Opin, por el contrario, no soy muy afín al tipo de literatura de García Márquez: mucho antes que al realismo mágico, prefiero el fantástico.

Su lectura a veces se me hace pesada. Disfruto sus cuentos y éste me encanta, me conmueve cada vez que lo leo.


Es comprensible que esa sea su primer imagen, Memorabilia GGM.


Besos a ambos!